En la oscuridad cerrada de la madrugada, el aeropuerto de la ciudad de Córdoba
parecía dormido. Las luces de pista titilaban con parsimonia, y el eco
distante de algún camión de mantenimiento rompía el silencio. Sin embargo, en
un rincón apartado del sector ejecutivo, un elegante Gulfstream V esperaba con la nariz
apuntando hacia el este, como un depredador al acecho.
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| Gulfstream V. Imagen de archivo |
La tripulación, vestida sin distintivos, revisó la aeronave en silencio. El
comandante activó un plan de vuelo ficticio en el sistema, uno que jamás se
ejecutaría. Después, en un gesto calculado, desconectó el transpondedor ADS-B
antes del rodaje. En la pantalla global de rastreo, el Gulfstream simplemente
se desvaneció.
A las 03:18, los motores Pratt & Whitney rugieron suavemente. Guiados por
un controlador que había recibido "instrucciones especiales", el avión despegó
en una pista lateral, con luces de navegación apenas visibles. La trayectoria
inicial lo llevó hacia el norte, imitando un patrón de salida habitual, pero
pronto, a baja altitud y fuera de las rutas principales, el jet giró
discretamente hacia el noreste.
Durante el vuelo, los sistemas de comunicación convencionales permanecieron en
silencio. Solo una radio segura, con un canal cifrado, transmitía su posición
a un pequeño centro de control privado. En el cielo sin tráfico visible, la
aeronave era un fantasma.
A las 03:59, el piloto divisó las luces solitarias de un aeropuerto en el
norte del país. La aproximación fue precisa, sin balizas adicionales ni
anuncios por radio. A las 04:03, las ruedas tocaron suavemente la pista. Sin
prisa, el avión rodó hasta la cabecera norte de la pista, donde ya aguardaba
un vehículo oscuro. Del mismo, bajó un hombre algo mayor, no muy alto, de
aspecto europeo, que abordó el avión con paso decidido. Al subir, estrechó las
manos de otros dos hombres que lo esperaban a bordo, en un saludo formal y
serio.





